El Ché: a 40 años de su caída (III)


A los 40 años de su caída en combate:

Ernesto Guevara y su aporte a la izquierda latinoamericana

Felipe Lagos R.

Artículo publicado en la revista "Convergencia!", sept.-oct. 2007

Ya se ha vuelto un lugar común del sentido común sentenciar el derrumbe de los grandes relatos, y el marxismo es una de las referencias preferidas para los comentaristas neoconservadores que machacan las pantallas con juicios acerca del derrumbe del socialismo, el fin de la lucha de clases y el advenimiento del pensamiento único. El colonialismo de estas premisas es evidente: todo el orbe debe alcanzar” los grados de desarrollo de las formaciones sociales occidentales (Europa occidental y Estados Unidos) aceptando la economía de mercado y la democracia liberal como mecanismos de regulación social.

Los latinoamericanos estamos ya acostumbrados a este tipo de bombardeos colonialistas. A las formas de dominación materiales e ideológicas de los imperios español y portugués, las influencias francesas, holandesas y británicas (que, por ejemplo, aún mantienen una férrea jurisprudencia sobre el Caribe) y la hegemonía norteamericana, debemos sumar un tipo de colonialismo poco asumido por la izquierda: el que ejerció la Unión Soviética durante gran parte del siglo XX. No es casual entonces que la figura del Ché gane en altura al tiempo que comienza a borrarse la influencia del marxismo soviético en nuestro continente. Al mismo tiempo que otros renovadores socialistas van siendo valorados en la profundidad de sus aportes, el Ché asoma como una figura bastante más alta que el ícono pop con que la industria cultural ha tratado de vaciar su figura y neutralizar su legado.

El Ché en la trinchera antiimperialista.
Guevara no sólo fue un luchador social y político como pocos ha parido la humanidad; fue también un crítico implacable de la ortodoxia colonialista ejercida por la burocracia soviética para los problemas del socialismo latinoamericano. En 1961, en pleno período de estructuración de la nueva Cuba, organiza en La Habana un seminario sobre El Capital (“ese monumento a la inteligencia humana”, según sus palabras) en el que comienza a criticar la praxis real del sistema socialista. En especial, el Ché criticó la separación dogmática (en último término, burguesa) entre economía, producción, materialidad y objetividad por un lado, y solidaridad, subjetividad, moral y conciencia por el otro. Pensaba que “Marx se preocupaba tanto de los hechos económicos como de su traducción en el espíritu. El llamaba a eso ‘un hecho de conciencia’ [por lo tanto] si el comunismo olvida los hechos de conciencia, puede ser un método de repartición, pero no es más una moral revolucionaria”.

Esclarecedora es a este respecto su concepción del humanismo, profundamente ligado a la idea del hombre nuevo. ¿En qué consiste el hombre nuevo para el Ché? En la producción de una nueva subjetividad, de un sujeto social que encarne de manera práctica las aspiraciones y posibilidades de una sociedad con perspectivas socialistas.

En uno de sus textos más importantes, “El socialismo y el hombre en Cuba”, Guevara enfatiza en las consecuencias que la dominación capitalista tiene en la vida del hombre como ser individual y social (el escrito está motivado por la discusión acerca de si la concepción socialista es una concepción que anula la individualidad en pos de las finalidades del Estado, como se desprendía de algunas de las más influyentes teorizaciones soviéticas). Si bien en el capitalismo el individuo se ve guiado por un ordenamiento impersonal –el mercado– que, por regla, está más allá de su acontecer inmediato, el productor enajenado está ligado al funcionamiento del conjunto social por su participación en la generación de valor. La ley del valor de este modo se hace presente aún de modo invisible, sin que el individuo se percate.

Por ende, una moral socialista no puede ser ajena al papel que le corresponde jugar al individuo en el funcionamiento de la sociedad: no puede permitir la enajenación del ser humano de su práctica cotidiana con las consecuencias de sus actos. Guevara toma el concepto de humanismo del argentino Aníbal Ponce (“Humanismo burgués, humanismo proletario”) donde, siguiendo a Marx, critica la concepción ideológica que hace la burguesía del humanismo como mero individualismo posesivo y legitimador de la propiedad privada. Es necesario entonces concebir al socialismo como construcción permanente de una nueva cultura y un hombre íntegro, no desgarrado ni mutilado, un hombre absolutamente nuevo. Un hombre que reconociéndose en sociedad como parte de un “trabajador colectivo”, sea capaz de ponerse a disposición del conjunto social con la conciencia de que sólo así puede servirse a sí mismo.

La discusión sobre la ley del valor y la construcción de socialismo.
Tal vez uno de los desarrollos más ricos (y menos conocidos) de las ideas de Guevara sea la discusión llevada a cabo entre los años ’63 y ’64 respecto de la ley del valor y su vigencia en una sociedad socialista. En ellas no sólo se deja ver su acabado conocimiento de economía marxista, sino sobre todo un empeño (poco común en un militante socialista) en otorgarles un fundamento propio, acorde con la realidad social cubana. Esta polémica se produce a tres años del triunfo de la revolución. El debate sobre la planificación socialista es expresado por Guevara, en ese momento ministro de Industrias de Cuba, en las siguientes preguntas: “¿Cómo hacer para que los precios coincidan con el valor? ¿Cómo manejar conscientemente el conocimiento sobre la ley del valor para lograr el equilibrio de fondo mercantil por una parte, y el reflejo fiel en los precios de la otra? Este es uno de los problemas más serios planteados a la economía socialista”. Sus opositores en la discusión son los defensores del método del Cálculo Económico propugnado por los teóricos soviéticos.

La teoría del valor-trabajo constituye una de las claves epistemológicas de “El Capital. Alberto Mora y Marcelo Fernández Font, ambos ministros de Comercio Exterior y defensores del Cálculo Económico, piensan que el valor-trabajo regula la oferta y la demanda en condiciones de escasez, y por ende tiene vigencia mientras la producción no asegure el acceso al consumo a un conjunto poblacional, sea en economías capitalistas o socialistas. Guevara en cambio lee “El Capital” desde otra perspectiva: el valor-trabajo se origina en la separación mercantil entre trabajo abstracto (o fuerza de trabajo) y trabajo concreto. Por ende, el valor sólo posee vigencia en condiciones de mercado capitalista. Dos lecturas antagónicas acerca de la obra de Marx.Guevara no niega que pueda existir una sociedad socialista con un mercado regulado por la ley del valor (de hecho, observa que el socialismo soviético combina la propiedad de los medios de producción con un intercambio empresarial guiado por dicha ley); la polémica se ubica más bien en el ámbito de las consecuencias de este tipo de socialismo.Si la ley del valor es considerada una ley natural, como lo hacen los teóricos burgueses y los defensores ortodoxos del Cálculo Económico, no le cabe a sujeto alguno el papel de su modificación. Esto tiene como consecuencia un proyecto político socialista y mercantil, que organice las empresas (propiedad del Estado) en base a una gestión descentralizada y con autarquía financiera, las cuales competirían entre ellas e intercambiarían con dinero sus mercancías. En cada una de las empresas predominará un estímulo material (de consumo) para la producción. La planificación, entonces, sigue operando a través del valor y del mercado.

El Ché proponía un modelo alternativo al Cálculo Económico: el Sistema Presupuestario de Financiamiento. Plantea que este sistema debe tender no al intercambio monetario entre las empresas del Estado, sino al uso de los insumos y del dinero necesario para su producción, y controlado por el Plan Central. Las empresas estatales entonces deben progresivamente ser una única unidad productiva, por lo que el intercambio monetario entre ellas (donde el crédito y el interés tienen, para las empresas auárquicas, un papel regulativo central) va siendo reemplazado por mecanismos de control no monetarios.

A su vez, Guevara piensa que los estímulos a los trabajadores deben dejar de ser materiales (o sea, centrados en aumentar la capacidad individual de consumo) para llegar a ser estímulos morales. Los estímulos morales están ligados a la concepción guevarista de una moral de productores que, por vía de la educación socialista, va formando conciencia de la importancia de la organización de la sociedad para la realización del individuo dentro de ella. Dentro de esta concepción, ciertamente los estímulos materiales no desaparecen, sino que son en gran medida contenidos como frutos del trabajo que la planificación utiliza y distribuye de manera indirecta a todos los productores: en lugar de premiar monetariamente el sobrecumplimiento de una norma productiva, fomenta los premios colectivos y la conciencia de que los niveles de sobreproducción serán redistribuidos indirectamente a través de servicios sociales, aumento de la capacidad productiva, etc.

El énfasis de Guevara en este debate está puesto en poner de relieve la necesidad de proyectar una sociedad no mercantil, pensada como un trabajador colectivo que cada vez se guía menos por las leyes de la oferta y la demanda y más por el bienestar colectivo –sin el cual el bienestar individual es imposible. Hoy día, sus ideas siguen teniendo el tremendo valor de poner la crítica socialista al capitalismo en la primera línea de fuego, siendo capaz de sortear (al menos teóricamente) el dogma mercantilista levantado contra el modelo soviético.

Aricó señalaba que la crisis del socialismo y del pensamiento socialista, vistos fuera de la euforia neoconservadora que domina los aparatos ideológicos de las clases dominantes, no son otra cosa que vástagos culturales de la crisis capitalista. La crítica socialista nace del rechazo de una comunidad política fundada sobre la base irreductible de la desigualdad real de sus sujetos, y dicha condición no ha sido aún erradicada del planeta. Por eso, profundizar en los fundamentos de dicha crítica, y en la posibilidad de que contribuya a sentar los cimientos de la igualdad social real, sigue siendo tarea de primer orden.

Y el Ché continúa marcando senderos en esa tarea.

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