Nietzsche, Camus y Arendt : el poder del lenguaje, el lenguaje del poder

Diego Taboada
Rebelión

Nietzsche reificó la tragedia; no hay revelación estética más adecuada para aprehender el ser socio-histórico del hombre. Pero incluso en tal "revelación" Nietzsche no logró desembarazarse de la creencia. Quiso "matar" al Dios cristiano e intentó erigir su propia tabla de valores. Quiso acabar con el "valor" que el cristianismo le daba a la vida, pero no con la necesidad de darle un valor. La necesidad del "valor" seguirá ahí, latente, por mucho "éxito" que tuviera su ataque al cristianismo... y por mucho que no pocos ultraliberales que se consideran ateos a ultranza utilicen a Nietzsche para justificar porqué las finanzas deben estar "más allá del bien y del mal" y del "resentimiento" que protesta ante la pútrida voracidad económica, ante el "aristocrático orgullo" que distingue a quien, desde el consejo de administración de una empresa, firma el despido y la miseria de miles de familias. Pero en fin, si esta tabla de valores está, efectivamente, obsoleta... ¿a qué tabla de valores acogerse? ¿Es todo deleznable en el cristianismo? Es una pregunta que formulo muchas veces, y no pocos consideran que lo hago por cierto miedo antropológico a prescindir del cristo. La verdad es que, yo, simplemente, formulo la pregunta, pues no las tengo todas conmigo y es honesto dudar y rizar el rizo antes que clavar definitivamente la lanza en la tierra y exclamar : esta verdad es mía.

Nietzsche era un temperamento inmanente, terrenal, era un poeta zarandeando a la aquiescencia y a la indolencia filosófica, pero también podría ser, sin contradicción alguna, un filósofo zarandeando al poeta platónico, al poeta de las verdades perennes y eternas. Como Nietzsche, Camus era también un temperamento "sanguíneo", tan desgarrado como él por las contradicciones de su mundo; mientras Nietzsche sentenciaba que no era la "voluntad de conocimiento" lo que movía a la "razón" de los modernos, sino la "voluntad de poder". Camus, mucho después, escribía en la introducción de "El hombre rebelde" las siguientes palabras:

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"Pero desde el momento en que, falto de carácter, corre el criminal a procurarse una doctrina, desde el instante en que se razona el crimen, prolifera como la razón misma, toma todas las figuras del silogismo. De solitario que era, como el grito, se ha hecho universal como la ciencia. Juzgado ayer, hoy dicta sentencia"

En resumen, que el crimen puede justificarse de muchas formas; ha habido -y hay- instrumentos teológicos, filosóficos y jurídico-retóricos para hacerlo, la aparente "imparcialidad" y "objetividad" del lego, del especialista, puede barnizar la "voluntad de conocimiento" y su "objetividad" en "voluntad de poder", y ahí es donde Camus, tanto como Nietzsche y Freud forma parte de los para mí tan necesarios filósofos de la sospecha, de la misma forma que podrían formarlo y lo forman los Antonio Gramsci, Foucault o Edward Said, entre muchos otros que no he leído todavía. El poder, su dinámica y su arquitectura... y los más irracionales instintos humanos, pasan a ser motivo de reflexión, y a la "razón" se le aprietan las clavijas. ¿A la razón, o a la "humana conditio" de quien la usa? Opto por creer que estos autores de la sospecha establecen una relación necesaria entre poder, sociedad y lenguaje, como si la "necesidad" de justificar nuestra forma de ser y estar en el mundo y nuestra posición social fuese, ipso facto, a la búsqueda de palabras para representar y representarnos como hombres que, no sólo "son", sino también "actúan", bajo parámetros y pautas culturales de conducta "lógicas" o (sic) "normales". Este es un punto de partida potente, muy potente, ambicioso, y sin embargo... creo que en la misma reflexiòn sobre las pasiones humanas y su papel determinante en nuestra conducta hay un ènfasis, a mi parecer, desmesurado, en las pasiones "malas”: el afàn de poder, la venganza, el odio, la necesidad de "control"...!Què poco optimismo hay en su concepciòn del hombre!, y no es para menos, sabiendo en què siglo y què acontecimientos vivieron.

Si Nietzsche intentó salir de la asfixia construyendo a su "superhombre", Camus, simplemente, afirmo aquello de que su tarea no era cambiar el mundo, puesto que no tenía suficientes luces para hacerlo, pero que sin embargo sí podía contribuir a divulgar unos valores sin los cuales el mundo, incluso "cambiado", no merecería la pena ser vivido. Si Nietzsche reificó la tragedia para entender el mundo, Camus se valió del mito de Sísifo, condenado a subir con una piedra a sus espaldas, y a verla rodar hacia abajo, una vez posada en la cima. Sinceramente: a mí aún no deja de sorprenderme el como hasta las inteligencias y sensibilidades más combativas, terrenales, inmanentes, caen de rodillas y necesitan construir alguna "verdad" trascendente que los salve de morir ahogados. Tanto el "superhombre" Nietzscheano como el mito de Sísifo son mitos que suplieron el vacío al que suelen asomarse las inteligencias y las sensibilidades con coraje, ese vacío que todo hombre verbaliza, explicita o implícitamente, cuando pregunta:

"¿Qué hacer cuando nuestras máximas, aquellas en las que tanto creíamos, se vienen abajo?"

Ese "¿qué hacer?" no es sólo un trabajo de orden pragmático, es, también, un trabajo de re-significación del mundo.

En "Entre el futuro y el pasado : ocho ensayos sobre la reflexión política", Hannah Arendt apuesta por un "método" que me convence (Arendt no es, en absoluto, una escritora o pensadora con un "método", en el sentido "científico" del término, ni tampoco una pensadora con un razonar anclado en el deseo de finalización, de sistematización) : no sólo el "significado" originario de la máxima que hemos intentado subir hasta la cima, sino también los cambios y distorsiones que el significado de esa máxima ha ido experimentando, distorsionándose o, simplemente, cambiando, es lo que debemos entender. ( Y Arendt recalca esta actitud muchas veces !entender, entender, entender!, hay que esforzarse por entender!). No hay que entender sólo procesos, sino también significados, no es necesario sólo una inteligencia "sociológica", sino perspicacia "filosófica", semántica, perspectiva histórica, amplitud de miras. Y creo que todo periodista y sociólogo necesita este tipo de perspicacia.

Tal "significado", para Arendt, era una máxima, un principio, entendiendo éste como "punto de partida", como "fundación" o "refundación", principio al cual los mismos hombres prometían ser fieles, haciendo valer la "autoridad" de los mismos. Por lo tanto, tal significado acordado entre los hombres, entre la comunidad política, no es verdad "trascendente" alguna, sino convención que "fue", convención histórica -y por lo tanto, contingente- acuerdo, pacto; pacto que, por cierto, no es irrompible: la propia historia política de occidente demuestra que no ha habido ninguna verdad con garantías que velase por la posible destrucción de las instituciones. La propia fuerza inmanente de la sociedad humana, las propias energías creativas y destructivas, la propia existencia humana, al fin y al cabo, debería hacernos desistir de la vana intención de obsesionarnos con la "realización final" de modelos abstractos sacados de la chistera de la especulación filosófico-política.

Si los hombres fuesen dioses y no olvidasen es probable que no distorsionaran, ni el significado originario de las palabras, ni las instituciones políticas en las que intentamos dar validez a esos valores abstractos. Pero no somos Dioses y, por si fuera poco, y lamentablemente, hoy vivimos en una época en la que toda "abstracción" implica, necesariamente, evasión de "lo real". A todo esto, se le junta el hecho de vivir en una cómoda e indolente cultura de la desmemoria. Pero Arendt reivindicaba, una vez sí y otra también, la necesidad de ejercitar la memoria, y no sólo en el sentido individual, meramente autobiográfico, sino en el colectivo, en aquel "lugar" en el que los asuntos humanos nos conciernen a todos en tanto que humanos. Olvidamos muy fácilmente, y hoy día, con nuestros insaciables hábitos de consumo, no tendremos, quizás, en el futuro, ni experiencias colectivas que recordar.

El consumo individualizado y a medida ha debilitado los lazos colectivos en demasía; persisten, para nuestra desgracia, aquellos lazos que, en lugar de sumar, restan, excluyendo al "otro" que no forma parte de la "comunidad cultural" o "religiosa" de sentido. En lo que se refiere al concepto de "ciudadano", es cierto que, según Edward Said y otros deconstructores de la "universalidad" del citoyen afrancesado, ha estado preñado de occidentalismo y de las practicas coloniales que le siguieron, pero, de todos modos, debe persistir la pretensión de universalidad, el intento de construir formas políticas de convivencia que pudieran ser validas para todo hombre en cualquier punto del planeta. El uso instrumental interesado, tanto del significado como de las instituciones políticas, de la declaración de los derechos humanos, no justifica, en absoluto, el vergonzoso relajo de la tensión ética en aras de un relativismo cultural que, en el fondo, no busca sino la despreocupación por el sufrimiento y el conocimiento del "otro", y todo ello, en pleno boom de las tecnologías de la in-comunicación. Es cuanto menos vergonzoso justificar la indiferencia ética echando mano del relativismo cultural.

Al fin y al cabo, aunque la tragedia sea un buen punto de partida estético para comprender la incomoda y desgarradora verdad de nuestra histórica imposibilidad de construir un mundo habitable, no lo es, en absoluto, como punto de partida político. Eso no quiere decir que haya que anticiparse a celebrar ninguna épica Brechtiana, prefiero la afirmación de una "esperanza" laica, es más prudente y honesta, y nunca las tiene todas consigo, porque prefiere la solidez del punto de partida (y no encuentro otro mejor que una visión multicultural de los derechos humanos, alejado de relativismo ético alguno)... a la anticipaciòn apresurada de la èpica Brechtiana. Es preferible la solidez del principio, del punto de partida, antes de dar el primer paso, al "final feliz".

Y es que, quizá, no haya otra forma de ir en pos de "finales felices", que partir de sólidos puntos de partida. Y aún vencidos, no darse por vencidos, no desesperar, en nuestra conciencia, de la validez de nuestro punto de partida, incluso de su superioridad sobre ciertas postmodernas e indolentes formas de pensar que proclaman, con orgullo el fin de los metarrelatos e ideologías y la no necesidad de la perspectiva histórica para entender la realidad social y humana.

Cual es ese principio, ese -o esos- punto de partida, es algo que todos los que se toman en serio lo de pensar "radicalmente" -y ser "radicales" es ir al fondo de las cosas, en su génesis socio-histórica y su significado, en su construcción socio-histórica y en como los hombres la relataron- deben intentar fundar. Arendt incide mucho en la importancia de recordar (de re-cordare, pasar de nuevo por el corazón, rememorar) el significado de la "fundación". Y aquí viene el problema : resulta que tal "fundación" es.... un acto político, y dudo mucho que la concepción de la política como "gestión" y no como "fundación", tan del agrado de la izquierda centrada y centrista como de la derecha centrada y centrista, sea capaz de "fundar" nada nuevo. Incapacidad, por cierto, que también caracteriza a la izquierda alternativa.

Uno ya no sabe que pensar: ¿es la desidia una excusa de la incapacidad, o es la incapacidad una excusa para la desidia?

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